El ovni que aterrizó en Teruel. EL PAIS
En Teruel ha aterrizado un ovni. Lo más extraño es que brota del suelo.
Es un espacio rojo y subterráneo desde el que se puede ver la calle: una
cancha de triple altura de aires fabriles coronada por una plaza —de
momento, dura— con varias antenas rodeadas de asientos. Tras sucesivos y
tímidos intentos por alcanzar el siglo XXI con los proyectos
minimalistas que ordenaron el paseo del Óvalo y la plaza del Torico,
Teruel ha inyectado rotundidad y vida al corazón de su casco histórico.
Contundente y de uso tan amplio como indefinido, el nuevo centro social
de la plaza de Domingo Gascón mete el siglo XXI en los cimientos de la
ciudad.

Así, de la antigua ciudad-museo emerge ahora un lugar para la gente.
Sin embargo, frente a las llamativas arquitecturas de los últimos años,
que buscaron revitalizar los corazones de tantos cascos viejos, este
nuevo centro social es radical, pero oculto. Se asoma entre las
viviendas que rodeaban al viejo mercado de esta plaza al este de la
ciudad, pero sorprende con un aire de celebración que supera las
intervenciones funcionales de ascensores o peatonalizaciones realizadas
hasta ahora en Teruel.

Vistoso y rompedor, el espacio despierta pasiones entre los vecinos. A
favor y en contra, naturalmente. Algunos ancianos rejuvenecen entre
rampas coloreadas y lucernarios. Otros protestan ante un nuevo inquilino
al que auguran relaciones hostiles con los aljibes medievales, las
torres mudéjares y los edificios modernistas de la ciudad. Puede que se
equivoquen. Con esta nueva intervención, Teruel gana tiempo. Le planta
cara a la crisis y, sobre todo, añade un velo de modernidad a las
sucesivas capas históricas que han ido construyendo el lugar. Una
apuesta por agitar la vida en lugar de por momificarla. El peso
inmovilizador de la tan bien salvaguardada urbe se ha aligerado en este
rincón para pensar más en los ciudadanos que en las piedras.
A un paso de la estación de autobuses y junto a la ronda que recibe
el acueducto, el nuevo centro dibuja una sorprendente entrada en la
ciudad antigua. Su arquitectura monumental está construida con recursos
básicos: más con espacios y colorido que con materiales y fachadas
escultóricas. Por eso se inserta en una historia de espléndidas torres
mudéjares y torreones enviando el mensaje contrario: no llega para ser
contemplado, es un monumento para usar. Su desgaste medirá su éxito.
Antes de inaugurarse ya ha hablado. Ha demostrado que la arquitectura
contemporánea tiene más salidas que el debate entre el neomudéjar y la
discreción.


Realizado por los estudios madrileños Mi5 y PKMN, el centro
quiere llevar aire al pasado, proponer una lectura más dinámica y menos
museizante de la ciudad. Busca ser un hito cívico, un monumento para los
ciudadanos. Que triunfe o no dependerá de la imaginación del
Consistorio. También del entusiasmo de los habitantes a la hora de
gestionar este gran torpedo de contemporaneidad.

Es cierto que en Teruel desconfían de los arquitectos actuales. Y
posiblemente no les falte razón. La hermosa y sutil iluminación que el
estudio B70 sembró en la plaza del Torico costó dos millones de euros. Y
tras estropearse una y otra vez, las lámparas están siendo sustituidas
por tiras de basalto, el pavimento resistente que están acostumbrados a
pisar los turolenses. También se rompió la piedra arenisca que el
arquitecto David Chipperfield empleó para pavimentar el paseo del Óvalo,
en el oeste de la ciudad antigua, y, de nuevo, han tenido que
sustituirla por el basalto chino, que sí dura. Lo cuenta el ingeniero
Vidal Villarroya, que, sin embargo, reconoce también la sobria belleza
de la grieta de acero cortén que el arquitecto británico convirtió en
acceso para los ascensores entre la escalera neomudéjar y la sede del
Gobierno de Aragón. Esos elevadores tienen más tráfico que el transporte
urbano. Son una escultura útil que, por cierto, no suele aparecer en
las guías.
Villarroya estudió en Valencia y cuenta que al regresar a su ciudad
se encontró con que muchas de las novedades —de la gastronomía (la
trenza mudéjar) y de las celebraciones (la fiesta medieval que recrea la
boda de Isabel Segura, la famosa amante de Teruel)— se empeñan en
explotar la tradición. Para el arquitecto Nacho Martín, de Mi5, la
arquitectura ofrece la oportunidad de respetar el pasado sin
momificarlo, de hacer revivir la ciudad con ingenio. La cancha roja
tiene toda la pinta de poder conseguirlo.